No es fácil digerir que todo aquello que atraemos nos refleja, menos cuando es tan cómodo y liviano pensar que estamos en un mundo equivocado y que somos víctimas de esas equivocaciones.

Los seres humanos somos vibracionales, es decir, vibramos a ciertas frecuencias y de acuerdo a ellas atraemos a otros, en nuestro mismo estado vibracional. Por lo tanto, comenzar por saber que si no hay un verdadero cambio interno que nos permita pasar a otra rata vibratoria, no podemos aspirar a atraer, quizás a esos seres que aspiramos o soñamos, a nuestras vidas.

Maritza me cuenta que a partir de su divorcio, luego de ocho años y dos niños, sus siguientes relaciones han sido con hombres casados, al punto de sentir que es un imán para ellos. De hecho, está en una con un hombre que le promete que la ama, pero le es imposible divorciarse de su mujer. Ella, se ha cansado de expresar que su problema es estar en un país donde escasean los hombres y los que medio funcionan, tienen un anillo y un matrimonio, aparentemente irrompible.

A esta dama le cuesta despertar a su realidad, quizás por dolorosa, quizás por cruda. Ella quedó profundamente herida de su relación matrimonial, dicho por ella, fueron tiempos donde se sintió anulada, maltratada y manipulada. Cuando estas heridas no se viven, no se lloran profundamente, ni se integran; lo que se termina haciendo es que se constela una «heroína invencible» que dice: – «Hasta aquí, ningún hombre, nunca más, me va a venir a humillar y anular».

Lo que genera esto, en lugar del proceso de integración de la experiencia, es un blindaje emocional donde, en la mente deseamos frenéticamente volver a amar, pero es tal el bloqueo que nuestra rata vibratoria lo que expresa es una gran limitación para ello; de allí que acaben atrayendo seres igualmente limitados para el amor que, al sentirse ahogados en sus hogares, sólo están buscando una ventanita para respirar, aunque en su mente anhelen también el gran amor, por lo tanto, vibran igual que Maritza.

Cuando de tantas frustraciones, una tras otra, similares en su contenido profundo, auque distintas en la anécdota; podamos hacer el trabajo del amor que no es otro que reconocernos profundamente heridos y vulnerables; con limitaciones para entregarnos y volver a vivir la experiencia, es allí donde podremos cambiar a otra vibración que nos acerque a seres igualmente heridos, pero entregados a la experiencia amatoria.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga