Quizás sea el miedo a perder, el motor que nos mueva con más fuerza en el vivir. Pareciera que eso que llamamos preservar lo nuestro, avale gran parte de nuestras tareas cotidianas y nos prodigue esa sensación muy miliciana, pero tranquilizadora de: ¡sin novedad!
El preservar con celo aquello que tenemos o ganamos, pareciera hacernos reiterar la sensación de ganancia.
Así mismo, cuando la vida nos da sus acostumbrados virajes, inmediatamente evaluamos, cual compañía aseguradora, lo perdido con un infinito duelo que nos abandona en ese campo estéril de la pérdida y de lo irrecuperable. Esto, forma parte de lo humano, el duelo nos acompaña como la lágrima previa a la sonrisa o la oscuridad antes del más claro amanecer. ¿Y por qué nos resulta tan difícil, en el llorar lo perdido, intuir ese amanecer inevitable en el devenir?
Aquí está el engranaje perdido. Se trata de reconciliarse con la pérdida. Como lo leen. Vivir es una secuencia de pérdidas irrecuperables. Perdemos el útero materno, nuestros contactos íntimos y seguros, la inocencia, la niñez, los primeros dientes y cabellos, nuestra dependencia, nuestras indispensabilidades, nuestro hogar primario, nuestros compañeros de colegio, nuestras creencias y convicciones, amores entrañables, nuestra fe, ideologías, filosofías, etc. Y todo esto es necesario e inevitable. El movimiento de lo vivo exige que esto suceda a pesar de nuestro dolor.
Ahora, cuando nos percatamos de todo perder tiene en su lado lumínico el ganar, como movimiento paralelo, pudiéramos codificar que, ante cada pérdida, también se nos activa la ganancia, lo que sucede es que ésta no se manifiesta a la luz de forma inmediata. Así, ante cada cosa, estado, tiempo o circunstancia que perece, se activa necesariamente la del nacimiento, por ser éstas fuerzas complementarias.
El problema está en ese tempo(que no se mide por reloj) donde pareciera existir ese, a veces muy amargo, vacío entre lo ido y lo llegado, quizás aún no manifestado pero, sin duda, ya existente. Ese es el tempo del duelo, de la integración, del llorar y codificar lo que se fue, para así darle la bienvenida a lo que ganamos ahora. Partiendo del principio universal, lo veamos o no, de que donde algo se perdió, algo se ganará y esto, también difícil de aceptar, será lo oportuno para nuestro vivir.
Todo lo expuesto, también forma parte de eso que no lo da necesariamente la edad, ni los estudios que es el hacernos adultos.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga