En esta cultura triunfalista hay, entre muchas, una exigencia por demás contundente que consiste en que: «hay que cerrar lo que se abre» poniéndonos en una lucha yerma ante esa sensación que se parece a la angustia que se nos puede crear en nuestro vehículo, camino a nuestro trabajo, se nos cruza el pensamiento de haber dejado una llave de agua o del gas abierta.

Tampoco es plausible quien, en un tono irresponsable, pica aquí, pica allí, prueba aquí, prueba allí. Es muy importante cerrar lo que se abre, pero este cerrar es un proceso, primero que nada interno, es una sensación que nos regala el hábito menos común en estos tiempos de velocidad: la conexión. Cuando estamos conectados con eso que elegimos concientemente abrir; y el vivirlo y experimentarlo cambió, o transformó nuestras expectativas, puede que un camino sano sea dejarlo así, salirnos, pero siempre con la sensación clara y sensible de que no era eso lo que esperábamos, lo que estábamos buscando; nos reconciliemos con el intento, por demás válido, y sigamos nuestra muy humana búsqueda, quizás ahora desde una perspectiva distinta.

Quiero insistir que no pretendo con estas letras estimular la ya irresponsable inmadurez que como colectivo expresamos, sino que este mandato se nos haga más interno, más entrañable, más íntimo, lo que nos otorgará un sentido más claro de lo que queremos y de lo que hacemos.

Insisto siempre en la responsabilidad, y este término lo concibo desde un: «Dar respuestas a…» y no de seguir transitando en terrenos secos y vacíos, esperando que los otros te digan: «¡Qué bueno, cerraste!».

En el caso de un país, grupo o sociedad, más que necesitar que la gente termine una carrera, por ejemplo, mucho más útil e importante es que lo haga con la convicción de querer y amar estar ahí, así en los trabajos, las relaciones, las camas, etc.

Imaginemos lo que significaría comenzar la lectura de un libro de quinientas páginas que me aburra, llegar a la página cien, y que me imponga cerrar el ciclo abierto, leyéndolo hasta el final; ¿Se imaginan cuántos libros que me gustan dejaría de leer?

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga