Es quizás el respeto por uno mismo el que marca la ruta de amor y de unión real con nuestro ser. Sólo quien se respeta realmente puede comprender, desde lo más profundo, el respeto al otro; valor, por demás fundamental, para la convivencia.

Micaela me escribió haciéndome esta pregunta:
– «Carlos, tengo doce años de casada, no hemos tenido hijos, mi marido es un hombre de carácter fuerte y de principios rígidos y gracias a la educación de mi madre, he aprendido a bajar la cabeza y a saber que él es quien guía mi vida. Te confieso que fue difícil pero hoy me contenta saberme una maravillosa esposa aunque quisiera que él me valorara, pues a veces pasa días que no me habla, ni siquiera me mira aunque entiendo que es su particular carácter. ¿Me podías dar alguna pista de cómo sacarlo de ese mal humor y mutismo?».

En esta pregunta se respira claramente una premisa de nuestra cultura de ser buenos y no felices: «tengo que desaparecer para darte lugar a ti porque te amo». Por lo tanto, como dice la canción: «Rómpeme mátame, pégame, pero no me dejes…»

Las cosas no se hacen bien o mal, simplemente se hacen con uno incluido o sin uno, y eso marcará la diferencia.

Quizás Micaela ha logrado «pacificar» su espacio, sustituir las palabras y reproches por silencios tensos, lograr hacerse invisible, porque al no verla, no le reprocha algo o le arremete algún desprecio. Ahora, es importante detenernos en el precio a pagar por ello. En nuestra amiga es su total anulación que seguro data de mucho antes de conocerlo a él. Creo que esa actitud viene de su hogar donde desaparecer era la mejor opción, y de un pensar de que cada vez que se expresa y es ella misma, quien la ama se indispone y la castiga. Por lo tanto, para que alguien pueda amarme tengo que volverme silente e inexistente.

En nuestra amiga, el camino elegido está claro, por eso ve y le preocupa la ira de él que es la actuación de la mordaza emocional que ella tiene desde hace doce años; y que seguramente la llevará a producirse algún tipo de padecimiento que le permita hacerse ver de la peor manera, la víctima impotente, pero que no comprometa la relación.

Aquí la solución está en comprender que él, es simplemente el móvil que muestra el interior de ella y que saliendo de la relación, sin trabajar su propio respeto lo que hará es repetir incesantemente la misma situación.

El respeto a uno mismo, al igual que en los animales, requiere del desarrollo de: 1) hacerse visible y dignificar mi presencia, 2) Desarrollar mi olor y aquello que es coherente en mí ser. Y un rasgo ya muy humano: 3) Negociar nuestro sentir sabiendo que mi respeto hacia mí, hace que te respete a ti.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga