El drama como tal, no determina algo malo o inadecuado. A veces, inclusive, lo dramático confiere a la expresión una fuerza pasional que la pudiera hacerla ver más atractiva y vehemente.

Ahora, cuando el drama se hace dueño y forma de expresión emocional, sobre todo cuando exponemos un sentir, una exposición de motivos o simplemente describimos nuestro sentir dramáticamente, puede convertirse en un campo minado, donde sólo sobrevive la necesidad de inculpar, de revivir una ofensa no trabajada en nosotros, o poner en el otro algo que nos pertenece.

Bien dice el Dr. Goodman, un científico dedicado al estudio del comportamiento de las parejas que el drama constituye uno de los jinetes apocalípticos de cualquier relación, por tener la virtud de minar los rincones más sensibles del intercambio amatorio.

En una cultura básicamente dramática, el quererlo extirpar de un todo, no deja de ser una utopía. Sin embargo, el ser dueño nosotros de eso y no que eso nos gobierne, es un trabajo que aliviará en mucho las relaciones afectivas que establezcamos.

A veces, lo dramático viene encubierto en aquello de: – ″Yo sé que soy yo y que siempre lo hago mal″. En esta frase, se derrama el drama y si nos imaginamos un tonito en particular y unos ojos vidriosos, la ópera estará abriendo su telón para comenzar su desarrollo.

Adela, me contaba en una consulta que en una rabia ante lo desordenado y poco colaboradores de sus hijos y marido, les había escrito en una cartulina puesta en la nevera que decía lo siguiente:

″Sé que he sido una madre y esposa con muchos defectos, pero también les pido vean el sacrifico inmenso de una vida al cien por ciento dedicada a ustedes. También comprendo que les he hecho a todos la vida muy cómoda y ustedes se han quedado pegados a esta comodidad. Ahora, cansada y agotada, sólo les digo que no doy más y que pongan un poquito de su parte para ayudarme, porque no puedo más″.
Aquí, revientan los aplausos.

La petición de mi paciente es legítima y muy válida. Pero toda la parafernalia de lo dramático, le quita peso específico y llena el mensaje de elementos distractivos. Le explicaba que esto sería ideal confrontarlo frente a frente, en palabras sencillas que salgan de las entrañas y que no caminen por el escenario. Por ejemplo:

– ″Quiero decirles que no puedo más, estoy agotada. Desde mañana, tú y tú te encargarás de tal cosa y a ti, necesito que te hagas responsable de esto y esto, creo que podemos ser una comunidad que funcione″.

Y ya, dicho esto, desde una verdad sentida y llevando a cabo acciones coherentes, quizás puede ejercer el impacto necesario para mover lo necesario y cambiar ciertas cosas.
Cuando el drama nos domina, perdemos el objetivo y recargamos los mensajes en ese desacertado: ″¡Pobrecit@ yo!″.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga