Es antipático y poco cordial comenzar hablando de las crisis de parejas diciendo que éstas, son claves en el desarrollo, transformación y evolución de una energía que llevan dos personas y que denominamos relación de pareja.
Últimamente, en este sentido, he dejado de explorar la punta del iceberg para sentir y palpar lo realmente importante, la sustancia y médula que al debilitarse, grita desesperada y va generando el malestar típico en uno o ambos miembros y que desencadenará en la temida crisis de la pareja.
Definitivamente, una crisis de este tipo tiene siempre su origen en un impacto sufrido en lo medular del amor que denominamos: el vínculo. Si entendemos que lo que necesitamos de quien nos ama, sólo es: atención y tiempo; esto implicará que el debilitamiento de éstos, nos va dejando aislados en un pedazo de hielo que nos aterra. Es allí cuando cada quien recurre a sus herramientas, armas y artilugios a ver qué logra para sobrevivir del frío y la amenaza de algo que nos ha tenido medianamente oxigenados durante un tiempo y ahora nos deja sin oxígeno.
En este vínculo. Es poco lo que podemos recurrir a lo civilizado que conocemos, puesto que lo que se nos mueve es demasiado básico y primordial.
Entonces, aquí la crisis nos sirve para, aunque en el duro conflicto, volver por lo menos, a la atención y el tiempo del otro, aunque de la forma menos deseable. Es en este movimiento que nos genera la crisis, cuando podemos transformarnos y así transformar el vínculo y con él, la relación.
Una mujer, siempre codificará la crisis afectiva como un sentirse: «abandonada y aislada». Ellos, en cambio la sienten y la viven como un sentirse: «rechazados, inadecuados y fracasados».
Frente a una crisis, el único camino real consiste en vivirla desde adentro. La separación, siempre con la excusa de «darse un tiempo», en mi experiencia terapéutica, no resulta más que una trampa que hace muy difícil la transformación. En estos casos, nos sabemos los atajos y quien los lleva de la mano, en lugar de que sea una necesidad real del vínculo madurado y transformado, termina siendo la nostalgia del día a día que si bien es importante, no marca esa necesaria maduración del vínculo primario que grita en su vencimiento.
Cuando uno o ambos miembros vienen de divorcios y/o rupturas definitivas de sus padres, es inevitable que una crisis de pareja de ellos les traiga al corazón el final y por ende, el pánico de algo definitivo. Hay que saberlo para no dejarnos atrapar por referencias emocionales que no son reales necesariamente y menos, en algo circunstancial que nos pide, casi siempre, bajar la cabeza y volver al amor.
A veces, en las crisis y en las peleas, el amor descansa y nos pone manos a la obra.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga