Siempre hay columnas que quisiera obviar para no crear desafueros y polémicas, pero mi ética personal y el momento histórico que estamos viviendo, me sientan frente el teclado y se imponen ante mi espíritu conciliador. Esta es una de ellas.

No podemos negar lo obvio y lo humano, simplemente por el hecho de que, utilizados sin medida, puedan distorsionar el amor relacional. Es como si elimináramos para siempre la sal, la pimienta, el azúcar o el ajo, porque, ingeridos en exceso nos pudieran hacer daño. Así, dejaríamos los platillos más suculentos, huérfanos e incomibles por alguna concepción extremista y virginal de dichos elementos y de su supuesta relación con la salud.

Algo así hemos hecho, sobre todo, con tres palabras: apego, necesidad y dependencia, relacionadas al amor y a las relaciones. Esto ha llevado a ciertos seres con algo de consciencia y deseos de crecer, a no saber qué hacer con eso tan humano, tan natural y oportuno que se siente cuando se ama. En la consulta se obvia la confusión al tratar, cuando explican su sentir, de sustituir estos términos por sinónimos que distorsionan el sentimiento y el espíritu de ese natural «sentirse raptado» por una pasión maravillosa y siempre sana, aunque compleja en su vivir.

¿Puede un ser humano de este lado del mundo; falible, herido, sensible, cambiante, imperfecto y pasional, amar sin necesitar a alguien, sin apegarse a lo amado o sin depender de esa correspondencia en el amor? Creo que si nos apegamos al sentir, definitivamente no, no sería amor relacional.

Entonces, quizás el verdadero trabajo del amor consistirá en regular estos sentires hasta hacerlos parte de una dinámica en la relación que permita, poco a poco, ser dueños de ellos y no que ellos nos dominen. Es absolutamente viable que cuando se ama a alguien, se sienta necesidad de ese ser, en el cúmulo de referentes que vamos creando a través de la dinámica relacional. Es perfecto que nos sintamos apegados en el presente a ese amor y apostemos a él, por aquello que nos sea valioso. Mientras convivo en relación, generamos dependencia a ciertos hábitos que con ese ser hemos creado y modificado. Y cuando ese amor no está en esos hábitos, podemos disfrutar, pero siempre extrañaremos el hacerlo juntos.

– «Si luego de dormir durante mucho tiempo juntos, cuando lo hago solo, te juro que duermo y descano, pero ¡Qué rico es hacerlo contigo! Te extraño, necesito tu compañía, es una rica dependencia que me realiza en este amarte».

Si esto suena a dependiente, apegado o necesitado, entonces mis veintidós años de experiencia en estos asuntos, queda inválida.

Creo que viajar en nuestros propios sentires, viéndolos de forma amorosa y gentil, facilitaría, en gran medida, lo ya complejo del universo relacional. Es esta satanización, la que termina limitando la entrega y debilitando el vínculo afectivo, quizás en otro empeño por hacer el amor relacional algo de dioses y no de humanos.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga