Nuestras vidas están llenas de cosas, aspectos, capítulos o sucesos negados; muchas veces por el dolor que infieren o por la vergüenza que éstos nos generan, tan sólo con el hecho de recordarlos.

Padres ausentes o con conductas bochornosas, familias con disfuncionalidades públicas y notorias, pasados familiares que arruinan la reputación de un apellido, situaciones ligadas al delito o la muerte, excluidos que llevan el peso de su rechazo familiar por alguna pública diferencia, etc.

Si bien nosotros no escogimos, por lo menos conscientemente, llegar a ese núcleo familiar, nos toca lidiar con él, y cuanto más lo queramos esconder, con mayor fuerza se hace visible y avergonzante. Entonces, ¿qué hacer ante tal «injusto» destino? El trabajo no es sencillo y pocas veces grato, pero es de suma gratificación cuando podemos liberarnos de eso. ¿Cómo? Cuando logramos comprender estas tres cosas básicas:

1) Esto nos tocó y tenemos entonces, quizás algo escondida, la fortaleza para lidiar con eso.
2) Aceptar que yo pertenezco a este núcleo y, si bien, creo que haría las cosas distintas, esto me toca a mí.
3) Desmontar lo anecdótico y dramático de las historias, para quedarnos con la sustancia que siempre es amor

Recordemos a Carl Jung cuando decía que todo aquello que neguemos, estamos condenados a repetirlo y todo lo que aceptemos en el amor, nos hará libres. Partamos de esta afirmación para poner manos a la obra y salir de ese hueco en el que se asienta nuestra parte víctima y de la que necesitamos durante mucho tiempo con la queja y el martirio, para ahora desmontar aquello y ver lo que necesitamos ver.

Cuando pretendemos negar ese pasado, nada grato y muy doloroso, éste se estremece y revive en muchas de nuestras relaciones más atesoradas, en algo que nunca se termina de completar en nuestras vidas y que nos lleva a un largo padecer.

La aceptación abre las puertas inmediata a la reflexión, ésta a su vez, al perdón y éste, con toda seguridad, a la libertad de nuestra vida, plasmada en nuestras decisiones, atracciones y relaciones.

De lo contrario, el sabernos mejores, por encima y en el «yo jamás haría eso», entramos en la negación, ésta nos apresa y nos lleva a la frustración, ésta a la venganza y ésta, al principio del círculo para que difícilmente encontremos la salida a alguna sensación de liberación.

Cuando aceptamos, perdonamos y nos liberamos, encontramos ese camino perdido a nuestro propio corazón.
El amor, inclusive a lo no amable, es abrir un espacio enorme en medio de nuestro laberinto y encontrar la luz de la salida. Tanto caminar para saber que el tesoro estaba dentro de cada uno.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga