Cuando me refiero a sufrir, no hablo del dolor natural ante una pérdida, fracaso o derrota. Hablo de aquél dolor que por no hacer su respectivo duelo se nos convierte en un doloooooor, largo pero en el que no terminamos de sucumbir para salir renacidos y transformados. Tarea nada fácil en una cultura de tomar atajos y de pasar la página.

Todo duelo realizado nos envía inevitablemente al cambio. Este se codifica cuando dejamos de ver culpables y sentir que lo ocurrido fue algo personal contra mí.

Alguien se queda en el sufrimiento por tres razones básicas. La primera y quizás la más sana, pero menos usual, se basa en un cuidado que nos brinda nuestro propio psiquismo, en un necesitar quedarnos un rato quemándonos en ese fuego, hasta que el alma se encargue de empujarnos al siguiente paso. La segunda, es un rapto por el pánico que nos deja en ese purgatorio donde nos desgastamos en culpar para que no parezca que tuvimos nada que ver con los hechos y donde buscamos desesperadamente al perpetrador para acabarlo. Y la tercera, es porque en esa posición de víctima impotente, comenzamos a recibir unas ganancias secundarias que no esperábamos; éstas pueden ser: atención, compasión, lástima, acercamiento y un supuesto amor que encuentra su vía expedita en quedarnos.

Esto no sucede necesariamente así, de esa forma tan clara. A veces se mezcla la segunda y la tercera o la primera y segunda, etc., el ser humano, es mucho más complejo de lo que lo intentamos simplificar, pero esto nos sirve como guía al viaje.

Ese viaje que nos lleva de la mente (entendimiento, interpretación, justificación) al corazón (sentimiento, transformación, mirada hacia mí) culminará en un cambio que se codifica dentro de cada uno y que realiza la alquimia que consiste en pasar la sustancia de plomo (suceso triste y doloroso) al oro (aprendizaje, comprensión y riqueza emocional). Este es el cambio que nos regala dicho viaje que muchos intentan simplificar, obviar, ahorrarse o simplemente no hacer; generando entonces la posibilidad de que la experiencia dolorosa se repita, o ahora, sea el cuerpo con dolor y padecimiento, el que nos la muestre.

Los atajos y los caminos cortos y rápidos están y estarán allí siempre; será nuestro ser quien elija y será esta elección la que determine nuestra madurez en una vida que nos fertilice o nos seque en un ámbito superficial y vacío, en el que muchas veces nos encontramos.

Manos a la obra, tu vida te necesita, el cambio es el carruaje hacia lo fértil y a la verdadera riqueza de la vida que se expresa en el crecer. ¡Manos a la obra!

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga