Si algo hay que admitir, es que en esta cultura; el qué hacer con el amor que recibimos, el cómo nos sentimos y el qué queremos sentir, son auténticos eslabones perdidos y reconocerlo, es el primer paso.
Sabemos, y quizás con muchas dudas, lo que no queremos, lo que soñamos que podría ser y nos confundimos acaloradamente entre aquello que nos irrita y lo que nos duele.
Ante este panorama y por ser materia permanente de estudio y observación en mí, no dejo de preguntarme: ¿Y no será que por habernos negado la codificación del «sentirnos amados», nuestras almas sedientas lo que verdaderamente necesitan es aquello básico, sencillo, sutil, y no hemos desarrollado sensores para verlo y distinguirlo?
Por otra parte me pregunto: ¿Y no será que el embriagarnos con lo «romántico» (flores, detallitos, princesas perfectas y príncipes heroicos) nos nubla lo que nuestra alma clama por saborear y sentir? ¿Será por eso que en el amor relacional siempre nos sentimos en déficit?
Magdalena llegó a consulta a pedirme encarecidamente le diera herramientas para reconquistar a su marido, a quien le había pedido el divorcio tres años atrás, basada en estas tres causales, luego de 19 años juntos: 1) Me sentía desplazada por su trabajo e hijos de un matrimonio anterior. 2) Por ser un hombre de poca iniciativa, todo lo tenía que inventar yo, él no se negaba jamás, pero una se cansa y 3) Por su gusto por fumar un habano diario que dejaba la casa podrida y lo ponía a roncar en la noche, como una locomotora.
Ante mi inocente pregunta de que si algo de esto había cambiado, o qué la había disuadido de su idea de quedarse sola y libre, me contestó casi con rubor: – «Te cuento que hace como tres lunes asistí a una de tus charlas, llegué temprano y me senté a tomarme un café, al rato, se fueron reuniendo mujeres que, al parecer, se conocían y comenzaron a contarse cómo sus maridos las humillaban, maltrataban, engañaban, parecía una competencia de desgracias que enumeraban como cuentas de un rosario. Cuando me paré y me fui hacia el salón, mi mente era como una cotufera, algo se despertó en mí y me hizo reflexionar, en cuanto a cómo yo, en una malcriadez, dejé perder a ese hombre quien casi por veinte años me había amado de verdad, con honestidad y entrega».
Volví a preguntar que por qué no iba y se lo decía. Ella me dijo que lo había hecho y que él le contestó textualmente:
– «Magda, yo te he amado con todo lo que soy y tengo. Creo que eso no cambiará, pero hoy, escuchándote, no sé si quiero estar contigo como siempre quise, déjame pensarlo y ver qué decisión tomo».
Ella, con lágrimas en los ojos me decía: – «Y pensar que tardé veintidós años en comprender que lo único que anhelaba y hoy desea mi corazón, es alguien que con honestidad me haga sentir que quiere estar, por encima de todo, aquí conmigo».
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga