Parafraseando el exitoso unipersonal de Luis Fernández inicio mi columna de hoy, ante la interesante descripción que me hiciera María de Lourdes en un correo, a propósito de su no tan grato día de su cumpleaños pasado, cuando su hija de veintinueve años, en medio de la torta, las mañanitas, la champaña, la emoción expectante de su prolijo grupo familiar, interrumpió el sarao para dar estas sentidas palabras:

– «Estas palabras, hoy en el cumple de mi adorada madre, son dichas desde mi amor y por instrucción terapéutica. Yo, ya con 29 años, he decidido aprovechar este encuentro para anunciares que soy gay, es decir homosexual que me gustan las de mi mismo sexo y que llevo ya tres años de una excelente relación de pareja con Amelia, la que ustedes creen que es mi mejor amiga. Pido comprensión, entiendo que no es fácil pero es lo que hay y yo estoy de lo mejor. (Levantó la copa) ¡Felicidades mamá!».

María de Lourdes me expresa que eso fue hace un mes y que aún no se recupera y que no sabe que hacer; si premiar la honestidad, castigar lo inoportuno, avergonzarse ante todos los presentes, o ahorcarla por ser eso que llaman gay.
Situaciones tan dramáticas y complejas como éstas, independientemente de ser no deseables, terminan, como todo en la vida, abriendo un sin fin de oportunidades a revisar y hasta sanar.

En esta oportunidad, es bueno que la madre le de tiempo a ese duelo difícil, no sólo por tener una hija «diferente» que sabemos no es fácil, sino de enfrentarlo ante una a una familia que tendrá el tema como la noticia y del cual, se hablará mucho tiempo, así que «tempo» para digerir y dejar que se haga su propio viaje de la mente al corazón.

Luego, es necesario, y esto es fundamental, saber dónde pongo la fuerza y atención; en lo que le ocurre a la hija, o en lo que le ocurre a ella. Me explico ¿Pone a su hija como el motivo, por ser o decidir ser distinta o la pone en su vergüenza por sentir haber fallado como madre? Y creo que ambos temas son importantes, lo que sucede es que el primero ya sólo le corresponde a la hija adulta, de casi treinta años, mientras con el segundo tiene que cargarlo ella. Así que creo oportuno trabajar el segundo, digerirlo, alquimizarlo, buscar ayuda, etc. El primero se tratará de ir poco a poco aceptando la realidad, entender que la decisión real de su hija no fue ser homosexual, fue ser feliz y desde ahí decidir, pero se dice fácil y no lo es.

Luego de poner eso medianamente a la luz y en algo más o menos digerido, es importante hacerle saber a su hija el dolor que causó, no sólo la declaración, sino el haberse tomado la potestad de hacerlo el día del cumpleaños de su madre, en medio de la celebración de algo que no era de ella, bien pudo esperar el suyo para hacerlo. Y entonces, si se requieren, surgirán algunas negociaciones pertinentes de acuerdo a la moral y costumbres del hogar en cuestión.

Largo, complejo y nada fácil viaje, pero siempre, al manejarlo adultamente, puede llevarnos a espacios de luz que nos acerquen más al amor. Recuerden siempre: «Aquello que neguemos nos esclaviza y aquello que aceptemos nos libera»

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga