Nuestras velocidades, por demás vertiginosas, nos dejan sin aliento y en un vacío aterrador cuando por accidente nos tenemos que detener ante algo importante de o para nosotros.
Quizás usted lea esto y diga: -¿Velocidad, yo? Pero sí, nadie sabe para qué, hacia qué y menos por quién, pero andar apurados se ha convertido en un hábito inconsciente que nos termina arrojando en esa enfermedad tan común hoy en día; el sin sentido y la superficialidad que no conecta con nada, ni con nadie.
El Universo, por demás sabio y aliado a nuestros planes mayores, nos regala, por lo menos tres veces al año, al no muy bien recibido Mercurio Retrógrado.
Mercurio, hijo de Zeus, mensajero de los dioses, con capacidad para bajar al infierno y subir al Olimpo a voluntad. Dios de los negocios, mentiras, estafas, intercambios y todo lo que conlleve a comunicación, e igual al elemento que representa: rápido, difícil de detentar, cambia de forma, etc.
Cuando esta luminaria retrograda (se detiene y da la ilusión de andar hacia atrás) nos quita soberanamente el control, nos deja desarmados, es como si no tuviéramos mayor poder sobre el tiempo y sus circunstancias las cuales, casi siempre, nos regalan algo no deseado pero de gran valor: el poder detenernos.
Cuando, el también llamado Hermes, retrograda, todo queda en el hilo del tiempo, pero no de las formas acordadas, sino de cierta anarquía de difícil control. De allí que cualquier astrólogo profesional te dirá que esos, son veinte días donde los documentos hay que leerlos muy cuidadosamente, las órdenes deben ser dadas claramente y repetidas y que siempre es aconsejable tomar unas cuantas respiraciones conectadas antes de hacer diligencias o trámites, pues pueden estar en manos de cualquiera, menos de nosotros.
Nunca sugeriría no firmar algo inminente o la postergación de lo urgente, sino aprender a llevarlo con cierta soltura, generando así quizás, una lección de paciencia y tolerancia. Además, aprendiendo a distinguir entre las cosas que podemos controlar y otras que no necesariamente están siempre en nuestras manos.
No es fácil convivir entre lo vertiginoso y aquella fuerza que nos detiene, pero refiere a una necesidad humana de detenernos, de fijar la mirada en aquello que realmente nos importa, de dar calidad y no cantidad, de conectarse realmente a la vida y a sus elementos.
En el Universo nunca habrá castigos, apenas consecuencias de nuestras inconciencias. Es importante recalcar que el problema no está en lo que ocurra, sino en cómo lo vivamos. Se impone entonces, la necesidad de ir llevándole el pulso a una energía tan ponderada y vital para todos en el mundo en que vivimos.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga