Amelia me escribió consultándome lo siguiente:
– «Carlos, hace cuatro años tuve unos morochos bellísimos y, gracias a Dios, muy inteligentes, cuando el padre de éstos supo que yo estaba embarazada me pidió que me hiciera un aborto o que no contara con él, yo nunca pacté por el aborto y tuve a mis niños, él desapareció. Así ha pasado el tiempo, yo recuperando mi corazón y disfrutando de mis preciosos, pero de tres meses para acá y de forma paralela, resulta que los niños comienzan a preguntar por su papi, a señalar personajes en la televisión como su papá y a llorar porque quieren a su papá. Y el padre, luego de un largo e irresponsable silencio me comenzó a escribir que quiere entrar en contacto con sus hijos, que lo necesita, así que me encuentro en esta encrucijada y solicito una opinión tuya. Gracias de antemano».
En esta oportunidad, cabe señalar algunas consideraciones pertinentes. En principio, el alma no tiene edad, ante un llamado del alma en estos niños hay, no sólo que respetarlo, sino que tomarlo como algo serio e importante. He tenido muchos casos similares, aquí, por lo menos el padre existe, en algunos caso no y la madre tiene que hacer el trabajo de entregárselos a través de cuentos, relatos, fotografías, etc.
Lo segundo importante y por mí, muchas veces repetido es que ese señor, independientemente de su irresponsabilidad, miedo, falta de madurez, etc., es el cincuenta por ciento de cada una de esas criaturas, y que ellos avalen eso en su corazón será de suma utilidad y ninguna madre está en el derecho de negarlo.
Lo tercero, es que esto nos convoca a un estadio de adultez y de crecimiento importante que, lamentablemente, pocas personas asumen y es el de saber cuáles son nuestras batallas y cuáles no. Aquí, la batalla de Amelia por compensar su soledad, su abandono, su desolación, producto de la irresponsabilidad de su pareja, será un asunto adulto que ella deberá franquear en su momento con él y seguro que encontrará los caminos adecuados, pero jamás puede ser a costa de despojar a sus hijos de un derecho natural, universal y amoroso que todos tenemos. La pelea con ese señor es de la madre, los hijos verán cómo compensan esa primaria ausencia, será la gesta de ellos.
Lo cuarto, la conjunción del deseo de los niños por el encuentro y la aparición del padre, llevarán a la madre a hacer ese trabajo duro que, casi siempre, por doloroso, nos negamos a hacer; aceptar, rendirse, hurgar, encontrar lo lumínico, perdonar y honrar.
Por último, es fundamental que Amelia sea quien marque las pautas de este encuentro, no se trata de una continua tortura emocional, ni nada por el estilo, si deja que sea su adulto quien trace los caminos, estará ejerciendo su deber y su amor con ella, con sus criaturas y con la situación.
La felicidad no conoce atajos, éstos siempre causan erosión.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga