Una vez, en una canción del cantautor colombiano Juanes, escuché un verso que me ha servido de mucho y nos cae, en los momentos que vivimos, como anillo al dedo:

«Porque todo lo que digas, paga impuesto en el oído del otro».

Y como hace algún tiempo descubrí que todo lo que suceda y lo que hagas ante aquello, se evaluará y mantendrá valor, de acuerdo al respeto que guardes por ti y por los otros; ese verso entonces, me resuena cuando algo monstruoso e infernal me rapta y me hace decir lo que, de tan alto el impuesto, me va a hacer pensar en cosas que sólo delatan mi profunda fragilidad ante lo dicho o proferido y le da al otro el pasaporte para ofenderme y agredirme.

Estoy convencido de que vivir «sanamente» tiene que ver con hacer ese trabajo diario que nos regala día a día un grado más de eso, con lo que no cuentas de forma espontánea y que nos permitirá manejar con propiedad ese carro que, muchas veces, nos lo maneja el miedo, la desesperanza, la ira; dejándonos botados en cualquier curva de esa carretera que tenemos que recorrer.

Momentos humanos como los que vive nuestro país, seamos de la tendencia política que sea, son también momentos claves para ejercitar aspectos básicos para el convivir, más que con los demás, con nosotros mismos.

En todos los entrenamientos orientales para llegar a ser sensei, gurú, alpha de algún grupo o tribu, se exige una dedicada y dura preparación del dominio interno. Quizás usted leyendo esto piense: – «¿Y para qué quiero yo ser ninguna de esas cosas?». Yo le contestaré que para esa vida que todos anhelamos, necesitamos convertirnos en sensei, garúes, alphas de nuestro propio desarrollo interno, para así aplicarlo como padres, parejas, gerentes, jefes, vecinos, hermanos, parejas o conciudadanos de lugares que nos pertenecen por igual.

Por todo esto, esos momentos de gran ira, donde el respeto parece haber muerto en el último tiroteo de insultos, es un escenario propicio para este trabajo. Porque ya hemos dicho que el problema en la vida no es lo que sucede, sino lo que hagamos con lo que nos suceda.

Y como he aprendido a luchar desde lo difícil y a depositar esperanzas en aquello que pocos invertirían; les regalo dos pautas que he estado utilizando en mi propio, y también duro, trabajo:

1) Aprendamos a defender sin ofender. Cuando, ante un argumento de los otros, se nos sueltan nuestros gorilas, es ahí cuando el trabajo gana oportunidad. Detengámonos, respiremos y con nuestra sola actitud dejemos que esas palabras, aún paradas en la puerta de la taquilla de impuestos, puedan indicarnos el precipicio.

2) La paz comienza cuando dejamos de querer tener la razón. Este pensamiento extraído de UN CURSO DE MILAGROS, nos invita a que cuando dejemos unos segundos para evaluar ese impuesto que lo expuesto paga en el otro, una respiración cabrá y valdrá para simplemente evaluar, si vale la pena, en el fragor de la ira, defender algo y el precio enorme que pagamos.

Esto, por supuesto, es un trabajo con nosotros, ni soñemos que el entrenamiento se trate de calmar a los otros o evitar sus improperios. Para una guerra sólo hacen falta dos ¿quieres ser parte de ella?.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga