Una de las cosas más importantes de estar medianamente consciente en este momento histórico, es esa sensación de que algo se precipita, de que cosas salen de una vetusta escondite donde, seguramente, por algunos intereses de aquellos que arman los juegos en que participamos, preservaban.
Sin embargo, es notorio las numerosas y escandalosas «salidas del closet» desde todos los escenarios del vivir; desde personajes, intereses, pasiones y hasta perversas intenciones, disfrazadas de cualquier cosa angelical.
Hasta el cansancio hemos hablado de que el cambio es la vida, es el movimiento vital, es necesario, pero cuán difícil se torna cuando toca nuestras cosas importantes y sagradas.
Somos una cultura cuya mito-génesis (primera historia) parte de un hombre (Adán) tomando una decisión (de desobedecer y probar el fruto prohibido) instado por una mujer (Eva). En conclusión, cada vez que decidimos, como adultos, tomar una decisión en torno a nuestra vida, se nos enciende en las entrañas, seamos católicos o no, esa primera vez que osamos decidir algo, quizás no aceptado por el colectivo, nos brota aquel recuerdo inconsciente: ¿qué sucedió allá? Simplemente perdimos el paraíso y ahí, el terror primario se apodera de nosotros para dar ese paso que la vida nos empuja a ejecutar.
Así que es más que justificado el terror que nos recorre ante la posibilidad de que nos cambie el viento y tengamos que poner en riesgo algo importante para nosotros.
Si a eso, le agregamos el simple hecho de vivir en un país, afortunadamente con una sola estación, que podemos permanecer todo el año vestidos con atuendos similares, comiendo lo mismo y disfrutando del exotismo de nuestra naturaleza sin cambios mayores, pues menos referencia tenemos de este paso iniciático que siempre vendrá en ese aterrorizante papel de regalo que llamamos cambio.
Por todo esto, nosotros hemos puesto también nuestro granito de arena e insertos en una cultura que necesita controlarlo todo, lo hace al ponerle a ese todo etiquetas de bueno y malo. Muy frecuentemente escuchamos hablar de cambios buenos y cambios malos, cuando simplemente son cambios con aspectos manejables o desagradables.
El trabajo de la consciencia, entre otras cosas, nos urge a una reflexión importante acerca de este tema, la cual contenga elementos como:
El cambio es necesario, importante y siempre oportuno, a veces llega en circunstancias desagradables y otras agradables, éstas son determinadas por nuestros apegos, más que por el cambio en sí.
«Los otros siempre nos reflejan», por lo tanto el cambio del mundo no es de afuera, sino desde adentro. Quizás no puedas cambiar el país aún, pero sí puedes mejorar tu casa, tus relaciones, tu jardín, tu condominio y ese es tu primer país. Seguramente no tienes herramientas para erradicar la violencia desatada, pero descubriendo la tuya, allí callada y pasiva, estés dando un aporte inmenso.
¡Manos a la obra, los vientos soplan a nuestro favor!
Recuerda que el árbol se deja secar dócilmente por el invierno porque tiene certeza en la próxima primavera. Hagamos esa certeza vida en nosotros.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga