El otro día, luego de escribir mis tweets matutinos, de pronto me encuentro que en los mensajes privados me escribe un amigo quien actualmente vive en Panamá y me expresa esto:
– «Fraga mi saludo, tu eres un tipo sorprendente, en medio de ese desastre y tu no pierdes la fe y el buen ánimo, deberías vender la fórmula. Saludos».
Ese mensaje de ciento cuarenta caracteres que, en principio me extrañó, me generó algunas reflexiones que hoy quisiera expresar, no como una verdad, ni mucho menos, pero sí como algo que creo tengo ya muy internalizado y por eso lo expreso con cierta naturalidad.
Hay algunas cosas con respecto a la realidad que me tocan vivir a diario que ya he probado y ejercido con un poquito de consciencia. Al igual que a todos y sin mayores privilegios, vivo las calamidades y las dificultades que, por manejos políticos, sociales han generado profundos cambios en lo colectivo, muchos aún, difíciles de digerir. La delincuencia, al igual que ustedes, me ha encerrado, limitado y me mantiene alerta agotador. Sumándole los sucesos y devenires propios de los asuntos familiares, emocionales y laborales, con los que hay que aprender a vivir de la mejor manera que cada quien pueda.
Lo que quizás me de la fuerza para escribir tweets cada mañana, tener un programa de treinta minutos en televisión y uno de dos horas diarias en la radio, tiene que ver con una apuesta que hice con mi vida hace algún tiempo y la cual me sirve de égida para que mi embarcación no se vaya algunas veces contra el malecón. Dicha apuesta fue el saber y constatar que vivir es simplemente un juego (desde lo más serio del juego, como lo es para un niño) y ese juego siempre lo proponen otros (gobiernos, grupos económicos, políticos, intereses, etc.) y que yo, al estar inserto en ese gran salón de juegos, decido jugar aquel que elija, pero hay ahora una condición que cada día cedo menos y defiendo más, mi paz interna.
El caminar en la vida buscando mis propios espacios de amor, de encuentro y plenitud, me han hecho respetar y defender mi paz interna hasta donde me sea posible y convertir esa tarea en una apuesta clara y contundente dentro de mí.
Por lo tanto, juego con pasión, elijo en el equipo en el que quiero identificarme, pongo mi mejor esfuerzo, reconozco mis rabias, miedos y dificultades y trabajo para allanarlas y transformarlas, pero evito huir del juego o maltratarme por ese juego, porque mi apuesta es de respeto básico conmigo mismo.
A su vez, esta apuesta clara y contundente, me ha llevado a ver lo que la ofuscación no nos permite, quizás la luz que toda oscuridad tiene, los colores que el negro y el blanco esconden en sí mismos. Todo esto me ha llevado a agradecer y hacerlo como un tema permanente, nutriéndome del alimento que nos da cada despertar y la oportunidad que cada día me regala.
Y me pregunté yo ese día: «¿Y cuál será la apuesta de mi amigo que se extraña de mi actitud?».
Y la pregunta que me queda en estas letras para con ustedes es: «¿Y cuál es tu apuesta en esta escogencia perenne que se denomina vivir?».
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga