Sé que es muy difícil digerir, en esta cultura de escapismo, el que nuestra vida siempre habla de nosotros. Nos hemos convertido en gerentes extraordinarios, directores exitosos, individuos de excepción, paredes forradas de diplomas y una hoja de vida de esas que uno se pregunta: – «¿Pero en qué tiempo lo haría?», certifican nuestro desarrollo de múltiples capacidades para resolver afuera hechos varios, sin detenernos a revisar qué nos gritan desde el corazón.

Manuela tiene 43 años, la dejó el esposo hace año y medio y un día que me encontró en una consulta médica, cariñosamente se me abalanzó y me dijo:

– «Hola Carlos, no es casual encontrarte, sobre todo en mi auténtica etapa de resurrección. Imagínate que yo estaba convertida en un trapo luego de la traición imperdonable del muérgano de mi ex. Un día, será de tanto pedirle a mi Dios, me encontré a una amiga que tenía tiempo sin ver, en el supermercado, me vio la cara y me invitó un café. Me echó un sacudón, me recordó lo bella que soy, lo alegre, lo espiritual para dejarme morir por una puñalada de ese bueno para nada».

Le pregunté intrigado que qué había hecho:

– «Algo en mí se puso pilas, me cambié el color de cabello, me puse a trotar, cambié mi closet y ella me consiguió operarme las lolas e inyectarme un poquito, a crédito con un médico que es un ángel. Y mírame soy otra, ahora con ganas de comerme el mundo, de conseguirme un hombre de verdad y ser muy feliz».

Todo lo expresado por Manuela, no sólo es legítimo, sino plausible y positivo, pero me pregunto qué será lo que se transformó dentro de ella, si en verdad algo lo hizo.

Las tentaciones de esta cultura por abordar el afuera y anestesiarnos ante lo que realmente nos generará la madurez y la nueva mirada emocional, son miles.

En casos como estos, de sucederse en consulta, trato de que la persona se deje transformar internamente, primero viendo todos los tonos del dolor y la rabia, para ello hay que sumergirse un rato en ellas a ver qué nos regalan esas profundidades poco exploradas y amorosamente, sentir como el movimiento de esas aguas profundas nos van llevando a otra orilla, al principio desconocida, nueva, difícil, pero poco a poco nuestra, como pocas cosas en nuestro vivir.

Llegada a esa orilla, iremos descubriendo nuevas posibilidades, reconociendo y aceptando que todo es nuevo y ahora, puedo descubrirlo a mi tiempo y ritmo.

Es posible que de ahí surja un nuevo look o imagen, pero el proceso tiene tal organicidad que no nos interesan ya los fuegos artificiales porque algo murió dentro y algo en su lugar está naciendo, importante y muy nuestro, ajeno al ruido y a la opinión de los otros.

Lo descrito que de fácil no tiene nada, es la garantía de no repetir lo mismo una y otra vez y de darnos oportunidades más parecidas a nosotros de amar y ser lo que somos realmente.

El camino de Manuela es válido, pero muy largo para la realización, la transformación y el crecimiento, objetivos claros en el vivir.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga