La aventura del ser padres, en cualquier tiempo, es un hecho complejo, lleno de riesgos y posibilidades que siempre pondrá en duda nuestra capacidad de amar. Sin embargo, es un hecho que todos queremos, por encima de todo, «hacerlo bien» y es aquí, creo, donde se nos enrolla el papagayo.
Hay dos ideas importantes que destacar, los tiempos cambian, las expectativas amorosas también, por lo tanto, los modelos de hacer bien las cosas que quizás sirvieron antes, no necesariamente sirvan ahora y en esa dinámica nos debemos mover. Cuando me encuentro en alguna conferencia ante padres, siempre trato de anclarles que lo que sí sobreviven, son aquellas expectativas universales que siempre marcarán y la más universal de todas, en la vida de alguien, es que a los que dicen amarte; les importe tu vida y te lo hagan sentir.
Con todo esto, hoy quisiera dedicarme a hablar de algunos aspectos que han cambiado y que el reflexionar acerca de ellos nos puede ayudar a andar con más claridad por este tan personal camino de ser padres; me refiero a las certezas.
Antes y aquí, tengo que referirme a aquella educación en casa, donde era cierto el hecho de que tu padre o madre te repitieran hasta el cansancio:
– «Tienes que estudiar porque eso es lo que te garantiza que nunca te falte trabajo y por ende el pan».
Esta simple oración deja de tener certeza y se arropa en la más cruda de las realidades, el sesenta y un por ciento de la población mundial desempleada es profesional universitaria. Y con esto ¿qué hacemos, es tan inadecuada la recomendación de estudiar, y si se nos mete a vago(a)? Todo esto y más, pasa por nuestra mente ansiosa, queriendo optar así, por el fulano premio a ser el o la «mejor».
Pienso que el hecho de que las cosas no se parezcan al cómo nos criaron, nos lo pone incómodo pero no del todo malo. Ahora tendremos que, como padres, hacer el trabajo de abrir nuestra mente y nuestro corazón a que ese hijo(a), pueda elegir su camino y que éste, sea desde lo que la(o) pueda apasionar o no, desde lo que el momento requiera de ese ser que, en el fondo, necesita, igual que todos, su sitio en el mundo.
Este simple cambio de certeza, y hay muchos más, nos exige soltar el control del camino y ejercer el más importante acto de amor para con otro en la contemporaneidad: la conexión.
Conectarnos es un estado distinto que sólo parte de nosotros mismos y converge en aquellos seres que me importan y que amo, dentro, quizás, de un registro humano, ahora de un ser relajado, sonriente, cercano y por todo ello, altamente apto y poderoso para esta vida, suéltenlo donde lo suelten. Ahí está, para mí, el reto amoroso de los nuevos tiempos y les prometo seguir analizando otras certezas vencidas y nuevos trabajos de amor que se nos exigen en este aquí y ahora.
Lo que me alegra de todo esto es que se nos está agotando el tiempo de seguir educando seres «buenos» pero profundamente infelices.
Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga