En meses pasados estuve en un encuentro, para el que me contrataron unas amigas, eran casi veinte personas, todas se conocían entre ellas y tenía como finalidad abrir los corazones y hacerme consultas acerca de sus vidas. Una de ellas, quizás la mayor en apariencia, levantó la mano y rompió el hielo. Tenía el ceño fruncido y la postura de quien tiene una gran incomodidad interna:

– «Carlos, he escuchado que usted, cuando habla del perdón, lo sugiere siempre y yo, le juro que estoy muy confundida y hasta molesta, porque cómo hago en esta situación. Tengo veinte años de casada, tres hijos varones, y luego una hembra de diez años. Resulta que mi cuñado, el consentido de mi suegra, iba con cierta regularidad a visitarnos y dada la confianza de familia, fue siempre bienvenido, hasta que comencé a sentir algo raro y me puse, como usted dice, alerta. (Aquí, la amiga se transfiguró) Resulta ser que ese mal nacido, abusaba frecuentemente de mi hija de cinco años mientras ella dormía, hasta que lo agarré y lo puse en evidencia. Lo corrimos de la casa, mi esposo y mis hijos le dieron golpes y hasta lo acusamos judicialmente. ¿Cómo yo perdono o perdonamos a ese ser que hace tres años acabó con nuestra paz?»

Dejé que se calmara el humano estupor, y contesté:

– «Señora mía usted está muy herida, y con legítima razón. La situación no sólo es muy difícil sino que involucra afectos muy sagrados. Ahora voy con usted, porque cuando alguien levanta las alas, los demás, tarde o temprano lo hacen también. Su cuñado es un enfermo y hay que mantenerlo muy lejos de la casa, eso es válido, pero lo triste es que usted lleva tres años durmiendo con ese ser mucho más íntimamente que con su marido (Sus ojos saltaron y su actitud cambió) ¿Le parece eso justo? Y mientras duerma con él, seguramente su recuerdo dañará sus órganos genitales, porque esa energía mina el alma».

Allí soltó a llorar, resulta que estaba en la reunión invitada ya que, una amiga se condolió de ella porque le diagnosticaron cáncer de útero. La consolé y continué:

– “Ahora, ¿no le parece que es necesario transformar esa energía de su ser, dejar la experiencia como una triste experiencia, pero también con aspectos lumínicos?»

Otra vez me miraba fijamente entre contrariada y exaltada, a lo que me preguntó:

– «¿Cómo que lumínicos?»

Le dije:

– «Sin conocer detalles, podría adivinarlos. Seguro que eso los ha unido mucho más como pareja y familia, apuesto que sus hijos varones ahora cuidan y atienden a su hermana como nunca antes, etc. ¿O acaso me equivoco?»

Me miró y asintió:

– «Entonces manos a la obra amiga, hay que darle un vuelco a la energía de ese hombre adentro, admitiendo que él llegó a sus vidas de forma my desagradable, pero a generar un cambio radical en lo afectivo. Ahora es importante proceder al perdón y a ir transformando esa tonelada de amargura que está acabando lentamente con su paz y con su cuerpo».

Una vez que sentí que estaba en reflexión, pude darle ciertas técnicas de perdón útiles y liberadoras.

Una herida es un núcleo de acción emocional que nos está llamando la atención y nos está dando información para ponernos manos a la obra. Su peor y más cruel enemigo es el orgullo.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga