Si bien una dependencia emocional no está catalogada como una psicopatología, es un problema tan común y tan destructivo para la propia estima que termina arruinando cualquier intento de relación afectiva, dejando daños y muchos escombros.

Es importante destacar que vivimos una cultura altamente adictiva, todos tenemos, por lo menos una adicción, lícita o no, hacia algo o alguien. Entendiendo adicción, como algo que ante lo cual perdemos el control y que lo necesitamos, sin mayor posibilidad de contenernos. Así, nos volvemos adictos al gimnasio, al café, cigarrillo, dulce, fiesta, sexo, compañía, pareja, carro, etc., etc.

Quizás, la raíz fundamental de esto radica en nuestra crianza, donde fuimos invisibles emocionalmente ante los seres que más nos amaron y que se suponía, quisieron lo mejor para nosotros. Aclaro que esto no es culpa de nadie específicamente, simplemente ellos también fueron invisibles emocionalmente para sus adultos, padres y maestros y en esta cadena cultural fuimos arrastrados.

Cuando nuestra emocionalidad pasa desapercibida, nos vemos obligados a obviarla en nosotros, lo que hace que vivamos en una búsqueda, por demás infructuosa, de algo o alguien que nos prometa llenarla, reestablecerla o, por lo menos, tomarla en cuenta. De allí los placebos dados por la gama inmensa que la cultura nos pone a la mano para, por momentos, simular la sensación de amor y plenitud.

Cuando no tenemos una relación clara y amorosa con nosotros mismos; cuando no nos amamos, cuando no escuchamos los gritos de ese niño herido e ignorado, entonces no hay un sueño más perfecto que el desear que un amor, trabajo, negocio, proyecto, comida o vicio venga en rescate de nuestra alma, ya seca de tanto gritar.

En estas condiciones nos enamoramos, lo damos todo, por lo menos aquello que podemos, ahogamos a la otra persona, despertando en ella su propio miedo a fallar y de volver a su vacío, generando entonces, heridas por doquier.

En este punto se abren tres posibles opciones:

Consolarse duramente pensando que el mundo es malo y no tuvimos suerte o tino en nuestras escogencias. Así continuaremos la red de desaciertos a ver si podemos, pero con demasiadas heridas encima para algún día acertar.

Cerramos nuestras rejas afectivas y nos vamos secando jugando a logros mundanos, pero con una cosa, algo perversa como meta: la supuesta tranquilidad.

La posibilidad de detenernos en nosotros y con ayuda efectiva y afectiva, darnos cuenta de que ya es la hora de retomarnos, camino nada fácil pero les aseguro que posible.

Es importante destacar que el «Trabajo del amor» al que tanto me refiero, requiere de otros tres componentes fundamentales:
1) Aceptar nuestra gran tristeza y desolación interna
2) Rendirse ante nuestra dificultad de reemprender el camino solos, es importante pedir ayuda y buscarla.
3) Saber que el camino es largo y de mucho trabajo, pero cada centímetro conquistado nos regalará la sonrisa soñada.

Disculpen que eche mano de esta especie de manual que no es, ni mi estilo, ni mi gusto pero que me permite cumplir lo que me he propuesto como tarea: generar una reflexión y un movimiento.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga