Estoy consciente que el título de este artículo nos podría hacer sentir librados o por lo menos, lo suficientemente maduros para haberla superado; sin embargo esa mentira es tan cultural, tan metida en las entrañas en estos dos mil y tantos años que termina siendo la que guía nuestros pasos.

Hablo de mentira porque no es para nada cierta. Dios, desde su bondad y amor jamás creó esta mentira, simplemente es y ha sido usada, tal como lo hacen todos los factores de poder en las culturas, para controlarnos. Por ello, nosotros lo hacemos también con nuestros amores más importantes y sagrados y así sucesivamente.

Me refiero a algo parecido a: «Hay algo malo en mí». Esta señal luminosa que se nos enciende en momentos tan importantes como: cuando alguien nos atrae, cuando alguien se muestra muy interesado (a) en nosotros, cuando conquistamos alguna meta, etc. De allí, la muy común necesidad de enemigos y opositores, en el caso de los candidatos presidenciales o a algún cargo público, tratar de buscarle alguna historia negra que los baje en su ascenso a la popularidad y aceptación de las masas.

Crecer en una cultura de «Hay algo malo en mí» es siempre sentir que estamos muy bien vestidos pero que por alguna parte hay un hueco o descosido que nos develará que no somos, ni nunca hemos sido aquello que los que nos valoran y aman creen.

Si esto lo llevamos a la vida en relación, es fácil imaginar la tensión enorme que esto genera en nosotros, tanto así que ni cuenta nos damos del peso que esto causa y lo mucho que nos aleja de una verdadera vinculación y de una intimidad sana y confiada con la otra persona.

Por supuesto, si hay una mentira de tal magnitud es porque ahí respira una verdad de igual tamaño: «Soy el hijo predilecto de la Creación» y el camino o viaje de una hacia la otra es la consciencia o iluminación del ser. Maravilloso trabajo que dura la vida entera, pero que nos compensa siempre en este andar hacia la auténtica luz.

Salir o ir poniéndole luz a nuestra mentira es el objetivo de nuestro trabajo de consciencia para poner esa luz en el amor, hacia y por nosotros.

Cuando en mi libro «¿Qué Pasó Con Nuestro Amor?» les invito a elaborar la lista de los por qué yo NO me casaría conmigo mismo, busco que, al elaborar y leer la gran lista, concienticemos aquello que nos ha guiado y dominado, impidiendo que la “otra lista”, la lumínica, sea la que nos guíe en cualquier relación.

Es muy tenso y difícil vivir para esconder algo que creemos y que un mundo nos reafirmó para controlarnos y que resulta no es tan cierto en nosotros. Ver esa mentira es ya hacernos dueños de ella y dejamos de ser esclavos inconcientes de algo que nos mantiene en una permanente tensión en el amor y que nos asegura que NO SOMOS DIGNOS DE SER PLENAMENTE AMADOS. ¡Manos a la obra!

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga