Nuestra alma constituye ese espacio silente pero lleno de sabiduría, luz y sutilezas. Es ese diapasón que vibra ante cosas y personas desconocidas y nos logra, inexplicablemente, cautivar.

Hace ya más de veinte años, conversando con mi amigo, ahora en otro estado del ser, el actor Mariano Álvarez, éste me contaba que en sus estudios de arte dramático en Londres, le tocó trabajar el repertorio de W. Shakespeare, donde les repartían personajes y obras del autor inglés que tenían que representar ante una crítica despiadada y muy estricta. Ante la escogencia del Rey Lear, Mariano se preparó con el empeño y la dedicación que siempre le fueron características, pero en sus tres primeras representaciones, fue destruido por la crítica. Rendido ante la frustración, una noche encontró a uno de sus maestros en un bar, un hombre anciano, de gran conocimiento en los menesteres teatrales y, ya rendidos ante su propia cólera y desilusión, lo interrumpió y le pidió un consejo para poder seguir. EL viejo empinó su trago, lo miró a los ojos y le dijo:

«Un actor para poder llegar y conmover, tiene que aprender a ver qué de ese texto maravilloso que te tocó, resuena en tu alma, dónde se encuentra Mariano en esas acciones y emociones, y luego, simplemente usa tu cuerpo y tu aparato fonador para que Shakespeare se exprese, es simplemente abrirle el camino de tu alma para que salga lo que atrapará al público definitivamente. Para ello, sólo tienes que detenerte en ti y dejar que tu alma resuene».

Contaba Álvarez que esa noche, en su habitación, fue presa de una alta fiebre emocional y en medio de ella recitó el texto, comprobando lo mucho que resonaba éste en las sutilezas de su ser. Al otro día, luego de un sueño profundo, se despertó para, con su grupo dirigirse al nuevo teatro donde representaría, de nuevo, al Rey Lear, en esta oportunidad, recordando las palabras del maestro se dejó llevar y dejó que su alma lo condujera por los intrincados caminos del personaje, para su sorpresa, esa función contó con una ovación, poco común en un público tan crítico y flemático.

La resonancia del alma sólo se logra en esa quietud del ser que constituye, en nuestros veloces y complejos días, un verdadero «trabajo de amor» para con nosotros mismos.

Quizás usted no es actor, pero la vida está llena de situaciones que no comprendemos, de cosas nuevas que preferimos obviar o pasarles por encima y así, nos perdemos de ese descubrimiento único que habita en nosotros de forma gratuita y espléndida.

Afortunadamente, las piedras del camino nos dan y darán la oportunidad de detenernos y en esa quietud, dejar que nuestra alma resuene para así crear esa unicidad única que nos permite, como el diapasón, afinar con la música de la situación y la vida.
En las sutilezas habita Dios.

¡Un aplauso donde te encuentres Mariano!

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga