Escribo estas líneas, horas antes de grabar mi décimo tercer audio-libro, en esta oportunidad dedicado al padre. A ese gran desconocido, quien siempre, con o sin razones, es juzgado y enjuiciado, y es, quizás, el gran ausente en una cultura de mujeres guerreras, trabajadoras y echadas para adelante.

Quizás todo lo que en ese contenido verteré, aún no lo sé. Utilizaré lo que el momento ilumine en mí, lo que cause mucho resquemor, porque a veces, la soledad, el sacrificio y la tristeza, crean causa común y hasta áreas de poder.

No pretendo justificar al hombre, menos a aquellos mentirosos, irresponsables y agresivos, adjetivos éstos que no se suscriben a género alguno, sino a ciertos rasgos de la personalidad humana, donde intervienen muchos factores, tanto colectivos como individuales.

Quisiera, vaga pretensión, cambiar el trazo con el que hemos dibujado a ese hombre, criado y educado por mujeres, que termina desempeñando el sagrado rol de padre muy perdido. También a ese cincuenta por ciento que todos tenemos y que al negarlo, borrarlo o maldecirlo se nos vuelve fantasma de nuestra propia repetición incesante.

En lo que a mí respecta, he llevado un largo camino andado con mi padre, a veces detrás de él, a veces al lado, a veces encima o cargando el peso de sentirse incompleto; pero un camino de curvas peligrosas y muy intrincado que me ha llevado, ni más, ni menos, a ser lo que soy y a sentarme hoy, luego de muchas primaveras, muchos divanes y muchas rabietas, a escribir esto y dentro de poco a hablarlo con el propósito de crear este audiolibro.

Hoy mi padre cuenta ochenta y largos años, vivo, adolorido y siempre presente en sus ausencias y amoroso en su querer ser, que pocas veces se permite expresarlo, pero ha sido tanto el caminar a su lado que ya se lo leo en sus ojos de rabia y en sus palabras soeces, que torpemente adornan una intención atragantada en el corazón.

Hemos conocido a nuestro padre en la versión de nuestra madre, válida, pero tamizada por su dolor y quizás por esa sensación de vacío que ese ser, presente o no, ha causado en ella. Por lo tanto, desde lo mejor de cada intención, manejamos una sesgada versión, casi siempre, llena de vacíos, soledades, maltratos o inconsistencias, sesgada versión que, en nuestro afán de hacer equipo con el débil, hemos intentado cobrar con los mas altos intereses, sin percatarnos de que el cobro ha sido cancelado con la atracción de seres exactamente iguales, con la repetición de las actitudes, cambiando, tal vez, los matices o tonos, pero con la misma punción en lo más profundo del corazón.

Quisiera que despertáramos a nuestro padre, no al perfecto sino al asustado, a ese que nunca supo qué hacer con su mundo emocional y no minimizarlo a aquél que sólo da dinero y cosas materiales, condenándolo a cumplir con el deber en un mundo que se pudrió de seres correctos y de buenas intenciones pero que nunca supieron hacer el verdadero trabajo, aquel que importa, aquel que florece.

En medio de este panorama la mujer se fue llenando, afortunadamente, de derechos, espacios, poderes que simplemente desdibujaron el espacio del hombre quien terminó ocupando el lugar del padrote, del proveedor y de ese a quien “es mejor no molestarlo porque ya saben, tiene un carácter terrible.”

Esa imagen final de “E la nave va” de Fellini, que representa a un hombre remando un bote con un rinoceronte en él, es una imagen estremecedora y muy plástica para definir a ese solitario hombre contemporáneo que cuando no le explota el corazón, le explota la próstata de tanto retener, de tanto sentir sin procesar; total: “el hombre es de la calle”.

Y todo esto me llenaría de ilusión si hubiera dado como resultado una mujer más realizada emocionalmente, una mujer más fértil en sus heridas y más abierta a compartir su hermoso mundo de posesiones y amor, pero en mi consulta de más de veinte años y en la de mis muchos colegas, esto no se vive así, por el contrario, la tristeza, la sequía y el vacío le ganó la carrera a lo femenino. Por todo ello, nos urge abrir otras ventanas, habilitar otros caminos, abrir el corazón e integrar a ese hombre que, lo conozcamos o no, lo queramos o no, fue quien nos trajo a la fiesta de la vida; y si la gozamos o no, ya es y será nuestra responsabilidad.

Finalmente, quisiera con esto, recordar que para que el amor fluya, necesita del orden, si no comprendemos esto, al amor le cuesta mucho fluir. Y el orden fue ese espermatozoide que entre millones, fecundó a ese óvulo y generó ese embrión que fuiste, que fuimos.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga