La vida se compone de acuerdos constantes que vamos haciendo, bien sea de forma consciente y explícita, así como de forma inconsciente y tácita.

Con la vida, con nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con nuestras parejas, con los padres, con el país, con el entorno, con aquello que tropezamos y hasta con Dios.

Estar claros en esto, sin duda, enciende luces y nos hace poseedores de un poder y de una responsabilidad que como todo, tiene consecuencias inmediatas y mediatas en nuestro vivir.

De hecho, todo conflicto entre los seres humanos, no es más que un acuerdo (explícito o tácito) no cumplido o violado por alguna de las partes.

Todo odio es la expresión de un amor no correspondido y aquí se expresa un contrato que alguien asumió que reza más o menos así: “Yo te he amado y he hecho mil cosas por ti y ahora, te enamoras o te casas con otro, incumpliendo nuestro acuerdo. Por eso te odio, me fallaste, no eres de confiar”. La otra persona no tiene idea de este acuerdo, pero también hizo un acuerdo que puede expresarse así: “Yo te agradezco mucho todo lo que me has dado, facilitado, te quiero y te veo como a un buen amigo, pero no resuenas en mi corazón para hacer pareja contigo. Por lo tanto, me enamoro de otro. Lo más probable nada de esto se converse o se hable, porque asumimos que nuestras acciones hablan solas, cosa que quizás sea cierta, pero la otra persona no las lee, o no lee como nosotros pretendemos”.

Tener conscientes nuestros acuerdos es fundamental, sobre todo aquellos que tomamos con nosotros mismos y que constituyen bases del vivir. Si yo como y me alimento indiscriminadamente, mi acuerdo conmigo está muy claro: “Yo disfruto del placer de comer, por lo tanto, ni mi salud, ni mi figura son esenciales para mí, simplemente no me importan”. Consecuencias: gordura, enfermedad, ansiedad, etc.

Así mismo, los acuerdos verbales para con los otros: Compromisos, hacer pareja, amistad, amor, etc. Antes, es necesario revisar nuestros acuerdos con nosotros en esa pareja, sociedad, o junta, de eso dependerá el éxito de mi participación que va más allá y resulta más importante que el resultado externo.

Revisar permanentemente nuestros acuerdos ante los sucesos que vivimos, es una actitud consciente y madura que nos regala coherencia e integridad en aquello que nos toque participar. No es lo mismo pasar por un duelo, sin ver qué acuerdo tengo hecho, en cuanto a cómo lo viviré y qué pondré en juego para ello.

Por todo lo anterior, volvemos a resaltar la importancia del “detenernos”, esa acción amorosa de hacer un alto y mirar cada aspecto y situación, con una mirada amorosa, compasiva y clara, nos permitirá que siempre salgamos fortalecidos. Revisemos todos los acuerdos para darle coherencia y presencia a nuestro vivir.

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga