El tema del dar y el recibir en estos tiempos que corren, se nos vuelve pertinente y necesario, dado que estamos insertos en una cultura en la que, en lugar de motivar el “conectar” con los otros, nos ha enseñado a “controlar” a los otros, creando desequilibrios disfrazados de cualquier cosa, entre ellas, de amor.

Es básico comenzar por puntualizar que toda relación humana, de cualquier tipo, requiere y exige, tanto para su fluidez como para su evolución, de la igualdad. De hecho, Bert Hellinger apunta unas palabras que nos servirán de camino a la exploración de este tema: “El orden es establecido cuando todos los miembros del sistema se consideran como iguales y con el mismo valor. Entonces las paz se instaura.” Y, agrego yo, el orden precede siempre al amor.

Este hecho que suena aparentemente sencillo, implica observación constante y grandeza de corazón para saber que el hecho mismo de dar no nos pone por encima de nadie, sino que, al contrario, puede generar en el otro una sensación de déficit y así, la relación comienza a lesionarse.

Ya sabemos que una buena intención es importante pero que también puede llevarse cosas muy sagradas del vínculo. Cuando damos en demasía o sin control y dejamos al otro descompensado para así poder también dar de su parte y compensar. La naturaleza en esto es maestra, basta observarla.
El acto de dar y recibir lo experimentamos perfectamente en la respiración. Recibes al inspirar y das al expirar, este ciclo nos permite vivir y cualquier alteración en él nos crea una serie de peligros para la vida. Estos casos los podemos llevar a cientos de ejemplos en el mundo relacional.

El detenernos constantemente en los y en lo otro, sin duda, es un buen aliado para este importante equilibrio. “¿Podrá este ser con todo esto, por muy bueno que sea y aunque haya sido dado con profundo amor?”. A veces sí, a veces no. Depende de muchos factores que no están en nuestras manos cambiar, sólo respetar. Para mantener el equilibrio es fundamental que quien reciba se sienta cómodo, agradecido y con posibilidad de compensar. Para ello, huelga aclarar que siempre, siempre debemos recordar esto: los favores se agradecen y las deudas se pagan. Si observamos con detenimiento, notaremos cómo nos encanta deber y cobrar un favor, quedando atrapados en una dinámica poco alentadora para el amor y el crecer de la relación. De ahí que tanta gente, a veces de forma inconsciente, se inhiba, se abstenga o huya de lo que pareciera un tesoro lleno de regalos, pues resulta intimidante, apabullante y de muy poca posibilidad de reciprocidad.

Cuando alguien, seguramente en su mejor voluntad, nos llena de favores o regalos varios, es necesario detenernos y ver qué produce esto en nosotros, cuánto de eso nos apresa en un mundo de deudas y lealtades que no podremos nunca compensar y luego de ser analizado, conversar desde el más sincero agradecimiento, simplemente para bajar la intensidad y hacerlo más viable. Nos toca también revisar qué es aquello que estamos dando nosotros que motiva esa conducta. Hay cosas que damos de forma natural, sin ni siquiera valorarlas: compañía, conversación, complicidad, confianza, disposición, cercanía, comprensión, conocimiento, amistad, etc. Y cualquiera de éstas, si le damos su valor, bien puede pesar mucho como valor en el dar y a veces, nos quedamos en nuestras carencias o desequilibrios materiales.

En la otra orilla, es bueno valorar aquello que damos, así lo haremos de forma mesurada, siempre teniendo en cuenta al otro y lo que éste o ésta pueden dar.

Tener presente el equilibrio es un factor clave, de allí que sea muy útil aprender cosas culturalmente inadecuadas, pero muy humanas y válidas como: pedir, cobrar, reclamar, preguntar, aceptar y agradecer sería de suma utilidad en cualquier relación equilibrada.

Hace muchos años, me llama un canal de televisión para hacer un programa de motivación, el primero que se hizo en Venezuela. Apenas arrancó generó un boom, para mí que trabajaba solo, muy difícil de manejar, comencé a crecer desmesuradamente y no tenía estructura, así que llamé a amigos y allegados para que juntos nos beneficiáramos de tal momento. Corrían los años noventa y el público pedía material de audio para comprar, grabé cinco títulos para casettes, mi diseñadora les dio empaque y llamé a un allegado, esposo de una gran amiga, quien era un excelente colaborador en cualquier menester (pintando casas, mudando enseres, buscando repuestos, etc.). Un día lo llamé y de manera muy grandilocuente le dije:

– “Amigo aquí te entrego este negocio para que salgas de abajo, estamos en la cresta de la ola, y te entrego este material, para que te encargues de la producción y distribución por todo el país y te daré las mejores condiciones para que arranques, pero ya.” El hombre aceptó y yo me desentendí. Al cabo de seis meses, pregunto por el paradero de este tesoro entregado, ya que la gente se quejaba de que no le llegaba el producto y me encontré que estaba en número rojos, nunca se hizo nada, dejando un vacío en el mercado y un hueco en mi corazón. Fui muy duro, le dije muchas cosas, entre ellas desagradecido. Entregué eso a gente profesional y seguí adelante. Un día, pasados tres meses, se apareció por el estudio del canal de televisión diciendo que quería hablar conmigo. Hice un alto y lo escuché, me miró, me pidió disculpas y remató con esta frase que me dolió y me enseñó mucho de lo que aquí muestro:

– “Carlos, yo nunca te pedí que me dieras ese negocio, tú ni siquiera me lo preguntaste a ver si yo lo quería o siquiera me interesaba”.

Lección aprendida.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga