Discutir, ese arte derivado de la conversación que permite a dos o más seres, interesados en lo mismo, encontrar un punto de encuentro.

Hoy, cuando el conversar resulta, hasta cierto punto, como un extraño quehacer humano, sustituido por el mero hablar, opinar o simplemente soltar eructos comunicativos en ciento cuarenta caracteres, se me torna interesante acercarme e intentar despojar a la discusión, de la maraña en la que la hemos metido.

Mitos tan virginales como: “Los que se aman no discuten. En el amor todo se equipara a la luz de la armonía. Mejor calla, siempre suma, nunca restes. “Estos y muchos otros, han mal puesto a la discusión y nos han dejado sin el desarrollo de las destrezas necesarias para su útil y oportuna utilización.

Es en este discutir donde lo individual cobra fuerza, en pos de lo colectivo; donde la diferenciación encuentra caminos de unión y de respeto, donde el amor sale de lo obvio y halla tesoros realmente significativos.

Creo oportuno aclarar tres instancias muy diferenciadas de la común confrontación:
1) LA DISCUSIÓN: Se da entre iguales, entre socios, entre seres con intereses comunes (hijos, país, trabajo, etc.) y tiene como objetivo encontrar caminos de unión y acuerdos que nos satisfagan a todos.
Una discusión exige respeto, consideración y ese sentido se igualdad. No se trata de ganar o imponer, simplemente de exponer, reflexionar y aceptar. Cuando estas condiciones, o alguna de ellas, no están nos tropezamos con…
2) LA PELEA: Es la medición de la supremacía, del querer tener la razón. El otro deja de ser socio para convertirse en contrincante, y el objetivo es siempre ganar. Aquí la paz se esconde aterrada y da lugar a….
3) LA GUERRA: Se da entre enemigos, carece de reglas respetables y el único objetivo cierto es vencer y acabar con el otro o los otros.

A veces, son las sutilezas (tonos, miradas, posiciones corporales) las que llevan a una simple discusión, a convertirse en una pelea o una desalmada guerra.

Por todo esto, la discusión necesita del tempo para observarnos, pensar, considerar al otro y no perder el hilo del amor que será, en última instancia, el que nos llevará a la necesaria paz, aún en los movimientos de cambio.

Nosotros confrontamos de la misma forma como vimos que nuestros adultos lo hacían, de allí que muchos, ante la frase: “No estoy de acuerdo con eso” pueden sentir un grito interior de pelea o la rasgadura que da inicio a una guerra sin cuartel. También encontraremos aquellos que, ante un desacuerdo, sientan el acecho de un peligro tal que, automáticamente, adopten la pasividad, el silencio o el drama como escapatoria.

La discusión es la humana fricción que nos permite crecer y sentir que en nuestra casa interna, llena de ventanas, siempre podemos abrirlas para que entre la luz o dejarlas cerradas para que todo siga igual.

En los tiempos que corren, cuando los seres —como lo apuntara W. Churchill, hace más de sesenta años— están más preocupados por ser famosos e importantes que útiles.

Rescatemos el ejercicio de la discusión sana, para ello les dejo estos tips:
a) No asumas, pregunta.
b) Cuida los tonos con que hablas.
c) No etiquetes ni culpes.
d) Aprende a escuchar.
e) Mira a los ojos y busca hacerlo en persona.
f) Tómate tu tiempo, es sano decir:-“Déjame pensarlo y luego continuamos”.

Recuerda que, a veces, en una discusión te juegas una relación y eso no es justo. Dice mi amigo Renny Yagosesky: “Cuando se te pinche un caucho, cámbialo, no quemes el carro.”

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga