Hace algunas semanas una vecina, muy simpática, me encontró en el ascensor y sin miramientos me miró a los ojos y me disparó esta perla: – «Lo siento Carlos, sabes que yo te respeto y te admiro pero ya con esta situación no se puede más, esto es una mierda. Así que yo no sé cómo haces tú para permanecer en tu burbuja, pero yo no puedo». Se despidió y se fue en el piso marcado.
Me sorprendió lo rápido de todo, pero me permití analizarlo con el mayor amor que pude y me surgió la primera pregunta: – ¿A qué burbuja se refiere la amiga? La segunda: – ¿Cómo fantaseará ella que yo vivo el día a día? La tercera: ¿Qué contraste ve ella en mí que le pudo irritar tanto? Y por último, cuando alguien se decide salir de una burbuja ¿Se va a otra, se queda en el vacío o choca contundentemente con una realidad que te recuerda que eres un ser horrible e insignificante? Me quedé con ello y ahora, luego de muchos días de reflexión y risas, ante el recuerdo de la situación, me permito escribir acerca de esto.
¿Será que la burbuja a la que se refiere mi simpática vecina tendrá que ver con no perder el brillo en la mirada, la sonrisa, la educación y la compasión por otros? ¿O será que estas características pertenecen al efecto de algún alucinógeno, o a la perversidad de a quien no le conmueve nada? ¿O quizás de quien vive en otra galaxia, sin padecer lo que a diario desangra a un país o a un grupo humano?
Porque, y me disculpo de antemano, aquellos seres que ven lo que sucede, grave por demás, y se incineran de rabia, estupor y viven cada minuto escupiendo su amargura, e hinchando la rabia de otros, como gritándoles: «- ¡Arréchate, haz algo!» O aquellos que se han vuelto seres agriados, marchitos, monotemáticos, inmamables, producto de la realidad vivida o percibida. Estos, viven otra burbuja y de las más notorias, ellos se los tragó una realidad y olvidaron otra fundamental. Porque despertar, estar más sano que enfermo, que hayan seres a quien amar y que nos amen, el que tengamos un techo donde cobijarnos y cientos de momentos de esos que no conocen gobiernos, sino que lideran la sonrisa y las ganas de seguir, nos encierra en esa otra triste y marchita burbuja.
Luego de esto, declaro a voz en cuello que me quedo mil veces en mi burbuja, donde les juro que, a diario y a cada momento, siento y estoy seguro que estoy haciendo algo por este país y este planeta.
Por último, respeto la libre escogencia, elección y decisión de cada uno, pero para que no quede de mí, les presto, cuando lo deseen, mi maravillosa burbuja.
Feliz Navidad y venturoso y burbujeante 2017.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga