Llamamos atención a aquella acción mental a través de la cual, terminamos raptados por alguna situación, anécdota, suceso o pensamiento recurrente que nos saca del presente y nos dispara a un loop (Elíptica continua) entre el pasado y el futuro, por lo tanto, nos pone a vivir en la irrealidad.

Tendemos a convertirnos en aquello donde ponemos la atención. De allí que sea muy importante mantenernos atentos en dónde la ponemos.

Estar alerta, simplemente es mantenernos en ese sagrado presente que es el único tiempo real, donde se encuentra ese ser sagrado y completo que, aunque lo dudes, somos.

Sin duda, dada la cultura que nos arropa, la velocidad en la que vivimos y esa absurda necesidad impuesta de ser el número uno en todo que alguien nos inoculó de forma perversa, es en eso cuando el referido alerta se pierde y sólo deambulamos en irrealidades que nos hacen sentir que estados como la paz, la plenitud, el goce profundo, el sentirnos completos pasan a ser utopías de seres “come flor” metidos en una burbuja irreal.

El mito del triunfo se llevó por delante al arte de vivir. Volvimos a cambiar espejos por oro, por el oro que somos. Para prueba de ello, un planeta triste y destruido por quienes necesitan y disfrutan de él, una sociedad que va perdiendo su capacidad de amar y la cambia por un rato de sexo embriagante, donde se nos termina olvidando el nombre y menos la mirada de ese ser con quien lo intentamos. Donde soñamos con hijos maravillosos, sabiendo que somos el peor modelo a seguir. Pagamos fortunas por educar a los nuestros, arropados por el olvido de que lo único que necesita un niño en su proceso escolar es una madre o un padre que en algún momento del día lo abrace, lo observe, le escuche y le pregunte: “¿Cómo te fue hoy?”.

Nos quedamos en el norte de la vida (La mente) y perdimos el tren que nos lleve al sur (El corazón).

La amnesia nos pone atentos solamente a ¿Cómo lucimos?, ¿Cómo lucen los otros?, ¿Qué piensan y cómo nos ven? Y jamás pasamos por lo simple: ¿Qué sentimos y qué realmente requiere nuestro ser, quizás porque eso de detenernos en nuestro ser, lo vemos absurdamente como algo egoísta, narciso y hasta delirante.

Todos corremos, nadie sabe hacia sonde, pero pareciera que la velocidad nos saca del trabajo diario con nosotros, es decir con el amor. Afortunadamente la dura realidad nos abofetea, nos enferma, nos va haciendo perder el sentido de todo. Desde esa anhelada cima, todo es muy desolado y yermo.

Sin embargo, hay otro planeta que resucita, que nace, que se detiene y que, en medio del desconcierto, busca calmarse, soltar y encontrar ese presente perdido, esa respiración truncada, ese grito de tristeza no expresado.

Cuando decidimos salir de esa burbuja absurda del atender el afuera, entonces observamos grupos de gente meditando, generando actividades que nos labran un camino al sur, que le dan a esas horas de vida esos colores y ese brillo perdido. Entonces, esa ansiedad por el lograr se transforma en el disfrute en nuestro hacer, en ese tiempo para nosotros, en ese contemplar la riqueza que nos dieron y que dilapidamos en el ir y venir de una mente estresada y deprimida.

Detengámonos, respiremos, sintámonos; les juro que no hay que viajar a la india para ello. Eso está ahí y sólo espera por nuestra atención amorosa. Esto descrito, para quien suscribe, representa un auténtico cambio de planeta, de país, de sociedad, de cultura. Significa salir del miedo y entrar en el amor. Es aprender a hacer el único viaje posible: el de la mente al corazón.

La vida no está para triunfarla, simplemente está para vivirla y en eso radica el mayor triunfo.

Necesariamente nos convertimos en aquello en lo cual pongamos nuestra atención.

¿Qué tal si probamos?

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga