Sin duda, el miedo más común en una cultura de héroes y víctimas es al abandono. Este término puede sonar demasiado dramático, sin embargo, se parafrasea en expresiones como: «Que me dejen de amar, que no me den importancia, que pasen sobre mí, que abusen de mí, que no me consideren, que no valoren lo que hago, que me dejen por otra cosa u otra persona, que me posterguen, que nadie se de cuenta el problema que tengo o lo triste que me siento», etc.

Quizás nuestras primeras heridas de abandono las recibamos desde muy niños, y no necesariamente porque nuestros padres nos abandonaran, sino porque un gesto, una distracción, una palabra mal utilizada en un ser sensible es suficiente para producir la herida. Pero tranquilícense: esas heridas son fundamentales para evolucionar, y funcionan, aunque con dolor, como motores que nos van llevando por la vida.

En esta cultura, como lo asomé al comienzo, donde para sobrevivir y sentirnos amados tenemos que olvidarnos de nosotros, tal como lo hacen los héroes y sus sombras, las víctimas. Así, el abandono campea por sus fueros, haciéndonos responsables de nuestras corazas, que más que cubrirnos, nos obligan a salir corriendo detrás de los problemas en busca de resultados, dejándonos olvidados en el peor rincón; y a veces, al regresar cansados, estamos tan, pero tan protegidos que ni nos reconocemos en nuestras mayores tristezas y debilidades, dejándonos separados de nosotros mismos. Cuando los otros (los que nos aman o intentan acercarse) reconocen nuestras protecciones maestras, huyen aunque se queden, nos dan la espalda aunque nos miren de frente, nos niegan sus expresiones más amorosas aunque las tengan en la punta de la lengua.

Hay detalles muy sutiles que hablan claramente de los «Heridos de abandono». Uno de ellos es hacer relaciones de cualquier índole, donde el herido sabe todo acerca de la vida de los ayudados: debilidades y vulnerabilidades, pero nadie logra ver esos baches en el ayudador porque usan su habilidad para no mostrar nada, quedando todos aquellos que lo aman con el único vínculo que encuentran: la admiración. Cuestión ésta romántica, pero no llega al corazón. Por lo tanto, es muy notable la torpeza para intimar y, por lo tanto, para llegar a la energía del amor. Estas personas tienden a ser buenos vecinos, amigos, familiar, padre, ciudadano, pero muy tiranos consigo mismos, regalándose entonces una de las trampas más comunes de la inconciencia: una vida light, llámese cómoda, sin complicaciones, sin profundidades, sin contactos, sin caídas, sin malos olores, sin cosas feas, lo que los va arrastrando a la superficialidad de una sempiterna sonrisa perfecta, donde no hay molestias (amor, pareja, pasión, mascotas o infantes), quedando dueños de una aridez que, en algunos casos, se llega a oler. Y que las personas sensibles, bonitas, con cosas por sentir, olfatean, y sienten que una fuerza inusitada los aparta de estos seres que sólo pueden ser definidos como «Una nota».

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga