No cabe duda que los tiempos que corren son de gran velocidad y en esta vertiginosidad en la que nos envolvemos, dejamos olvidadas cosas de mucho valor y trascendencia para el vivir que a la postre, eran alimentos para el alma.

Cuando hablamos de fertilidad y sequía en nuestro ser, tenemos que pasar por aquellas sutilezas que se constituyen como sagradas y que nos mantienen en ese hilo de vida que nos permite sonreír, celebrar y agradecer.

María José, a la hora de comer, ya no pone la mesa, tampoco saca la vajilla, menos enciende una vela para adornar porque no hay quien limpie y eso da mucho trabajo. Ya no invita a amigos a compartir a la casa porque dejan todo sucio y la que tiene que limpiar es ella.

Rubén ya no imprime las fotos importantes, sin saber que, a la hora de las chiquitas, no somos más que una foto que queda. Tampoco gasta una llamada para desear feliz cumpleaños a su amigo del alma porque un whats up es suficiente.

Ya no cantamos, menos reímos a carcajadas. Tenemos hijos pero no familia, todos nos refugiamos en unos audífonos que se nos hacen suficientes para resguardarnos de tanta cosa absurda y poco importante que sucede entre nuestros seres amados.

Parejas que no se bañan juntos, que no se observan; ella se cambió el color del cabello y él nunca se percató.

Tenemos casas hermosas, llenas de tecnología, diseño y buen gusto, pero no son un hogar. Tenemos hijos, grandes y lindos, pero carecemos de familia. Tenemos a alguien que hace un tiempo se decidió por nosotros para hacer una vida, pero no es una pareja, apenas es una relación que , con suerte, comparte gastos y una superficie de la cama. Vivimos ocupados, pero no vinculados a nosotros, por eso llega la enfermedad, la desgracia o la tragedia y nos despiertan de este sueño loco en el que nos embarcamos.

Quedarse seco es apagar el alma, cuando nuestro corazón deja de sonreír y se vuelve una mueca. Dejamos de cultivar el alma porque el cuerpo exige más, por eso terminamos convertidos en bellezas de goma que urgimos del botox, el bisturí y el gimnasio para que los otros nos recuerden lo bien que nos vemos.

No me niego a la modernidad, la belleza y a lo práctico, pero me resisto a abandonar aquello que constituye, como lo dijo Thomas Moore, El Cuidado del Alma. Y para esto no tenemos que irnos a India, hay que comenzar por salir de la idea de que todo está hecho, está listo. “Cuando la casa está lista, llega la muerte.” Dijo Jung. Nada está, ni estará listo nunca porque es en ese trabajo diario de amor por nosotros que armamos la vida, no esta sobrevivencia que llamamos vida, sino la vida como ese jardín privado que cuidados a diario, así estemos cansados. Ahí está el resto de la vida y la decisión es nuestra.

Hoy somos víctimas de generaciones que no quieren crecer porque lo que han visto de sus adultos no es inspirador para nada. ¿Nos hemos percatado cómo hablamos de lo que hacemos, de lo que vivimos, del cómo amamos o cómo concebimos el futuro? ¿Hace cuánto tiempo los tuyos, aquellos que conviven contigo, no te ven feliz, no te escuchan cantar tu canción favorita, no te sienten relajado? Yo así, tampoco querría crecer.

El problema de envejecer no es quedarnos solos que es el temor general, es quedarnos secos, quizás como ya estamos. ¡Manos a la obra!

Hasta la próxima sonrisa:
Carlos Fraga