Los griegos diferenciaban Cronos, y lo definían como el tiempo que transcurre, lo medible, haciendo referencia al Titán Cronos, quien fuera en los inicios de los tiempos quien castrara a su padre Urano, por petición de su madre Gea. Reconocido como dios del tiempo y de los ciclos. El tiempo medido, el de un transcurrir consciente, el que da lugar a lo tardío, lo prematuro o lo oportuno: También el que mide las edades en el vivir.
Es natural que, en nuestra tendencia apresurada, y aquí hablamos de velocidad, el tiempo sea el medidor de ella, y la física nos apoya en aquello de que, a mayor velocidad, menor tiempo. En el tiempo insertamos y medimos aquello que es controlable y por lo tanto, deseable para nosotros. Y hacemos todo el esfuerzo por meter todo en esta medida que nos permite catalogar, calificar y clasificar toda referencia humana.

Hemos llegado a tal grado de soberbia que le preguntamos al médico su pronóstico de cuánto puede durar el paciente, como si éste fuera un producto elaborado, cuya caducidad es medible en días y horas.

Toda esta cultura del control, ausente de sensibilidad y con grandes bloqueos emocionales, quiere también encasillar los ciclos del sentir, del «darse cuenta», del rendirse, del vivir. Es aquí cuando tropezamos con una gran pared, con unos parámetros desconocidos que, necesariamente, nos devolverán a eso humano que tendemos a olvidar, y para lo que no existe ningún control posible.

Es frecuente que se acerque la madre de la joven dejada por el novio, muy preocupada porque la muchacha no hace más que llorar y la ruptura sucedió la semana pasada. O el hijo de la señora que enviudó y que después de dos meses, a veces la encuentra llorando en la cocina. O el paciente que llega a la consulta y expresa que ya no puede más con esta depresión que lo tiene harto hace varias semanas después del divorcio, o porque lo sacaron de la empresa por una reducción de personal, por demás injusta y siente una rabia que lo tiene paralizado. O aquél o aquella que luego de varios años no puede terminar con el recuerdo recurrente de aquella persona con quien rompió, pero que sigue ahí, echando vainas dentro de él o ella.

En estas situaciones, cuando perdemos el control en el otro, y esta situación nos refleja el hecho mismo de poder, en algún momento, nosotros estar así, nos aterramos y echamos mano a nuestro mecanismo más familiar: el exterminio. Hay que acabar con eso, no se puede seguir así. Y surgen, de la boca de nuestro mejor filósofo interno, frases sabias, inútiles e injustas como éstas: «Hay que pasar la página», «Cuando se cierra una puerta se nos abren cien», «Hay que arrancarse lo malo, para que lo bueno ocurra», «Borrón y cuenta nueva», «La vida continúa», «La vida es muy corta», etc. Y éstas NO SIRVEN para absolutamente nada, pues quien padece lo inconveniente te dirá: «¿Y cómo hago yo, si no puedo?»

Porque si lo elegible es el viaje interno de la mente al corazón, la maduración de la situación, el dejar que la emoción siga el curso que debe, etc., el TIEMPO medible no nos sirve, nada emocional dura el tiempo que decidimos, sino el que el alma o la psique determinen oportuno para nuestro proceso, y eso, no aparece en nuestra acta de nacimiento, ni en ningún código editado en algún libro o documento.

Aquí aparece el TEMPO o Kairos que es una noción no medible de un transcurrir, de un viajar, de un vivir, de un proceso alquímico que pasará, al igual que el día, de un negro a un rojo, para luego resultar en un blanco de luz, que inevitablemente se convertirá en negro de nuevo y volverá a su transcurrir. Hay procesos de TIEMPO y otros de TEMPO, saberlos y respetarlos determina nuestra madurez, nuestro aprendizaje, nuestra capacidad de respetar la vida, respetando el proceso mágico y misterioso que ella supone.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga