En esta cultura triunfalista a la que me he venido refiriendo en artículos anteriores, hay, entre muchas, una exigencia por demás contundente que consiste en que HAY QUE CERRAR LO QUE SE ABRE; poniéndonos en una lucha yerma ante esa sensación que se parece a la angustia que se nos puede crear en nuestro vehículo, camino a nuestro trabajo, cuando se nos cruza el pensamiento de haber dejado una llave de agua abierta. Así manejamos un mandato, muy inconciente que todos, de alguna manera, hacemos valer en este caminar, buscando las condecoraciones que le den sentido a nuestro pasar por este mundo.

Tampoco es plausible quien, en un tono irresponsable, pique aquí, pique allí, pruebe aquí, pruebe allí. En verdad es muy importante cerrar lo que se abre, pero este cerrar es un proceso, primero que nada interno, es una sensación que nos regala el hábito menos común en estos tiempos de velocidad: la conexión. Cuando estamos conectados con eso que elegimos concientemente abrir; y el vivirlo y experimentarlo cambió, o transformó nuestras expectativas, puede que un camino sano sea dejarlo así, salirnos, pero siempre con la sensación clara y sensible de que no era eso lo que esperábamos, lo que estábamos buscando; nos reconciliemos con el intento, por demás válido, y sigamos nuestra muy humana búsqueda, quizás ahora desde una perspectiva distinta.

¿Se quedaría usted en una fiesta donde nada de lo que ocurre le interesa, y hasta le incomoda, esperaría que se termine para cerrar? ¿Es justo que cuando estamos estudiando algo que no nos llena, no le encontramos sentido, nos quedemos para cerrar lo comenzado, aún cuando hay un mundo de posibilidades que nos espera?

Pero pareciera que esas difíciles, pero muy íntimas decisiones, cargaran con la posibilidad que el mundo, por donde pasamos nos gritara lo que menos queremos oir: ¡Fracasado!, y ese grito no sale de otra parte que de nosotros mismos.

Quiero insistir que no pretendo con estas letras estimular la ya irresponsable inmadurez que como colectivo expresamos, sino que este mandato se nos haga más interno, más entrañable, más íntimo, lo que nos otorgará un sentido más claro de lo que queremos y de lo que hacemos.

Insisto siempre en la responsabilidad, y este término lo concibo desde un: «Dar respuestas a…» y no de seguir transitando en terrenos secos y vacíos, esperando que los otros te digan: «¡Que bueno, cerraste!»

Hagamos conciencia de nuestra responsabilidad adulta, aquella que asumimos cuando abrimos una relación, un proyecto, un camino; y es ahora cuando comienza el trabajo de permanecer conectados a nosotros para saber cuándo las cosas necesitan un giro, y quizás, otra concepción.

En el caso de un país, grupo o sociedad, más que necesitar que la gente termine una carrera, por ejemplo, mucho más útil e importante es que lo haga con la convicción de querer y amar estar ahí, así en los trabajos, las relaciones, las camas, etc.

Imaginemos lo que significaría comenzar la lectura de un libro de quinientas páginas que me aburra, llegar a la página cien, y que me imponga cerrar el ciclo abierto, leyéndolo hasta el final; ¿Se imaginan cuántos libros que me gustan dejaría de leer?

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga