Hay un cuento anónimo de los indios Cherokees que dice así: «Un viejo de la tribu le cuenta a su nieta sobre una pelea que ocurre en su interior. Le dice que es una pelea entre dos lobos. Uno es la maldad, rabia, envidia, tristeza, rencor, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, inferioridad, mentira, orgullo falso, desamor, superioridad y ego. El otro, es la bondad, alegría, paz, amor, esperanza, serenidad, humildad, amabilidad, benevolencia, empatía, generosidad, verdad, compasión, y fe. La nieta piensa durante unos minutos y le pregunta al abuelo:
-¿Cuál de los dos gana?
El viejo sabio, simplemente contesta:
-El que yo alimente».

Esta ilustrativa narración, nos lleva de la mano a una verdad humana que nos resistimos a creer, y menos a aceptar; que todo lo nombrado y más, habita dentro de nosotros, sea a la luz; llámese visible, claro, manejable; o a la sombra; reprimido, proyectado, y por ignorado, con un poder enorme.

Quizás de alimentar o no a esos lobos, en nuestro hogar interno, de saberlos, de conectarlos, y muy poco a poco, irlos integrando, se trata la tarea humana de vivir.

Cuando, a despecho de muchos, me refiero a que nos educaron para ser buenos y no para ser felices, hablo de que nunca nos hablaron de nuestro mundo oscuro, nunca malo, simplemente no aceptado; y lo que hemos hecho es reprimirlo, verlo en los otros, sintiéndolos víctimas de un gran grupo de equivocados que nos hostigan.

Por eso cuando el Dr. Carl Jung nos habla que sólo es posible percibir la luz desde la oscuridad, refería, creo, a esta contienda salvaje entre el poder de los dos lobos en nuestro medio interno.

En una oportunidad, una señora me hablaba, con mucho dolor, de la necesidad que tenía del perdón, de perdonar, pero que no sentía el asidero necesario, que le explicara dónde encontrarlo, y yo, quizás en aquel momento, alguito iluminado, le respondí, para su asombro y casi estupor: «-Me imagino lo fuerte y duro de tu sentir, pero sólo es el propio resentimiento y odio, el que te arroja a las orillas del perdón, si no es desde ahí, el perdón se convierte en una palabra esperanzadora, pero muy poco orgánica, y por ende, con casi ningún poder de transformación en tí».

A la luz de la anterior leyenda Cherokee, sólo es mi consciencia de la pelea de lobos salvajes, fieros, instintivos, pero en territorio humano, donde lo oscuro y lo luminoso se abrazan en una tensión, que permiten nuestra verdadera alquimia emocional.

Atrevámonos a salir de lo bueno, de lo puro, de lo blanco; para que los grises del vivir hagan su trabajo.

Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga